Escojale y Lea

miércoles, 11 de junio de 2014

La verdad del guante rojo II

Salí del gimnasio pensando en la hija del entrenador, vaya que era guapa pero me quejaba la duda si querría a alguien como yo como novio, en fin metí las manos en los bolsillos y empecé a caminar de vuelta a mi casa, abrí la puerta camine hacia mi cama y me aventé en ella para tratar de dormir un poco pero lo único que sentía era el tremendo cardenal que me había dejado el Survivor, dolía un chingo, me levante por un pedazo de carne para ponérmelo, regrese a mi cama y me quede dormido. 

No sé cuánto tiempo dormí, me levante como por eso de las nueve y media de la noche, porque el gato de la vecina se había metido, se había comido la carne que me había puesto en la cara y me estaba lamiendo. ¡Puto gato era mi cena! Ni modos de nuevo a comer un huevo crudo para calmar el hambre, pero no pude comer, tenía la cara de la hija del entrenador en la mente, ¿el golpe me había afectado? o realmente la hija me había gustado tanto que no me la podía quitar de la mente, había llegado a tomar una decisión crucial y esa decisión sufría la pena de perder mis testículos, bueno con tanto pinche huevo me como, chance me vuelven a crecer.

Llegue lo más temprano al gimnasio, me hice buey para perder tiempo y buscar si estaba la hija, no aparecía, cuando me harte me puse a hacer ejercicio para perder más tiempo y para ponerme más en forma, en esas estaba cuando sentí que alguien se me quedaba viendo, no quería voltear estaba tan concentrado en mi ejercicio que no quería pararlo de golpe. Alguien se aproxima hacia mí, pero que hueva voltear, sigo ejercitándome, se oyen pasos, sigo sin querer voltear, ¡basta de jaladas! Volteo y ahí estaba, haciendo pesas, con el cabello peinado con cola de caballo, en licra y top, me meto la mano al bolsillo para aplacar la bestialidad que me atormenta allá abajo, no quiero interrumpirla, pero me vale un cacahuate y voy hacia ella:

-Hola

-Hola

-¿Cómo estás?

-Bien ¿y tú?

-Bien gracias-

-¿Qué haces?

-Pues pesas.

-Oh cierto, perdón.

-No te preocupes.

-Adiós.

-Adiós. 

¡Pero qué bestia soy! “¿Qué haces?” ¿Qué no estás viendo pendejo? Me recrimino y me regreso a mi lugar de antes, cuando los hombres se ponen tarados por una mujer, es sumamente cierto, no resistiendo más mi torpeza, decidí irme de vuelta a mi casa, tome mi chamara, salí del gimnasio, puse de nuevo mis manos en los bolsillos y camine a mi casa.

-¡quieto cabron! Dices algo y aquí te enfilo, la cartera y el celular… pero vuélale.

-no traigo nada…

-mis bolas ¡saca lo que tengas!

-¡que no tengo nada, carajo!

Del grito que di varias personas se no quedaron viendo, el ratero al verse descubierto se abalanzo contra mí, su cuchillo salió volando del manotazo que le di en la mano, me avente contra él con el propósito de darle en su madre ¡pero qué bonito es el destino! Me acorralo y me dio un derechazo en donde me había dado el Survivor, de nuevo todo oscuro.

Desperté acostado en mi cama, con varios compañeros del gimnasio viéndome, el entrenador presente y su hija también, dos desgracias en un mismo día, cuando vieron todos que estaba bien se fueron despidiendo uno por uno, solo el entrenador se quedo un rato en mi casa preocupado por el supuesto asalto.

-¿Tas bien mijo?

-Si, solo me duele la cara. ¿Cómo sabían donde es mi casa?

-Por el IFE que tienes en tu cartera, te remarcaron la marca del Survivor mijo.

En efecto el ratero me golpeo donde el Survivor había dejado su marca, tenía más morado y más hinchado, ni modos, el entrenador se quedo un rato más y después se fue, trate de dormir pero escuche un ruido en la cocina, temiendo que se tratara del ratero planeando su venganza, agarre una estatua maya que tenía en mi librero y fui a ver de dónde provenía el ruido ¡Ahora si, por mi madre santa que me chingo al gato! Pero no era el gato, ni el ratero, era la hija del entrenador que se había quedado.

-¿Qué haces aquí?

-Pues quería ver si estabas bien, te hice un sándwich.

-Gracias, ¿tu papá sabe que estas aquí? 

-No, pero si te molesto puedo irme.

-Claro que no quédate, no hay problema.

Tenía la cara amoratada, a una bella mujer en mi casa, un monte erecto en mis pantalones, era el momento perfecto para ligar, pero a partir de aquí ya consideraba mis huevos fuera de mi cuerpo. Pero no importaba.